Más allá de los delfines: Ética ciudadana y responsabilidad con la vida
Algunas cosas suceden en Panamá y no todas son malas. La gente toma conciencia y exige un orden ético, y es que los golpes enseñan, ya son más de cien años de tropiezos y altibajos: golpes por vivir absortos en el instante presente, golpes de proyectos multimillonarios que erradicarían la pobreza por siempre y que al despertar nos dejan envueltos en una miseria de cuerpo y alma, golpes al descubrir embustes tras consignas políticas, al ver que sí se pudo excluir a la mayoría que "botó" su confianza por los drenajes. Hoy, en pleno siglo XXI, miles de panameños han entendido la relación entre ciudadanía y responsabilidad.
Olvidados los carnavales, nos entretienen con casinos, sorteos, telenovelas, pan y circo; construyen malls , espacios para caminar, estacionar, devorar y comprar, con todos los elementos para enajenar mental y económicamente. Pero hay una mayoría consciente de la necesidad de una ética en el uso de los espacios naturales y de nuestros recursos, no sólo de los revertidos que terminaron pervertidos, sino de los espacios que aún no han sido repartidos por la voracidad insaciable de los proyectos inmobiliarios. Esta defensa de los espacios no se limita a los particulares, sino que abarca los espacios naturales porque de ello depende la calidad de vida y el disfrute de nuestro entorno como espacio de convivencia . Sin equilibrio, sin planificación, sin árboles y rodeados de contaminación, seremos un país no de "primer mundo" sino de primer orden en las estadísticas de cáncer, afecciones respiratorias y deformaciones congénitas. No se trata únicamente de llegar al mundo sino de permanecer en él de la manera más dignamente posible . Más que extender nuestro tiempo en la Tierra es preciso intensificar las condiciones humanas bajo las cuales desarrollar la existencia, y por eso alterar los ambientes y ecosistemas no sólo es criminal y mezquino sino que es una acción vergonzosa y de la cual tienen pleno conocimiento aquellos que se benefician de la misma.
Todo está relacionado, cada causa tiene su efecto, aunque, como sabemos, los que menos tienen están más expuestos que otros a los efectos del desequilibrio social, político, económico o hasta del desequilibrio ecológico: frente a las inclemencias del sol y al calentamiento global, quien no tiene dinero para las necesidades básicas, menos tendrá para una botella de agua o una crema de protección solar. La alteración de los espacios naturales y la ruptura del equilibrio -algunas veces resguardado por nuestras frágiles leyes, pero en lo cotidiano irrespetado justamente por la indiferencia desde arriba-, afecta la calidad de vida de todos los que habitamos la Tierra.
Hoy no se trata únicamente de la defensa de los delfines, sino del país en el cual queremos vivir, el país que le dejaremos a las futuras generaciones para que vivan, el país que, a fin de cuentas, ha estado enraizado y comprometido con la vida, porque antes de que surgieran partidos políticos, transnacionales feroces y burocracias , Panamá ya era el nombre de la abundancia de peces, plantas y mariposas . Panamá es el nombre de un árbol y de una biodiversidad envidiable, y trastocar ese orden en beneficio de unos pocos es afectar el derecho de las mayorías de disfrutar el lugar que nos ha tocado vivir, y justamente eso es lo que se está defendiendo, con la convicción de una Ética ciudadana, y de los derechos que tenemos los habitantes de este pequeño país.
Panamá es el nombre de la naturaleza y de la vida, nombre que crece a pesar de la terrible indiferencia de décadas de mala política y acumulación injustificada de riquezas, es un país rico -de millonarios- pero rico también en vida y diversidad , la mejor de las herencias que, junto con la cultura y la historia, un país puede atesorar. Debemos defender a nuestro país de la invasión del concreto y la subasta desenfrenada de nuestros espacios; defenderla no de la tecnología sino de la tecnocracia que nos asfixia; defender nuestra riqueza natural, la única que nos queda, pues la riqueza tabulada en ecuaciones per cápita es una broma de mal gusto, porque en la otra cara de la moneda (sea balboa o dólar) los niños mueren de hambre hacinados en tugurios, cargando existencias que desconocen la expresión "calidad de vida".
A estas alturas del siglo, quienes gobiernan deberían estar ocupados en cultivar la vida, promover la cultura y brindar las oportunidades de trabajo que una vez fueron escritas como promesas.Pero todo parece indicar que en este país defender nuestro suelo, nuestros recursos, nuestras formas de vida, la naturaleza y los espacios son delitos de lesa humanidad que terminan convirtiendo a las víctimas en victimarios -como le ha ocurrido a algunos dirigentes ambientalistas, obreros y campesinos- y, paradójicamente, quienes nos desvalijan se convierten en protegidos de las autoridades, entonces ya entendemos la razón por la cual empezarán a caer los primeros mártires de esta batalla por la vida, de esta confrontación por la dignidad. Dejemos los acuarios y las ampulosas peceras para los países en donde no se contempla el mar, ni las islas, ni la vida, aquellos que ya vaciaron sus reservas y se bebieron la savia de sus bosques, pero dejen a Panamá con su nombre , con su belleza esparcida bajo del sol, el mar y la tierra, dejen la riqueza acuática y terrestre como la vieron, que es de nosotros, los panameños de nacimiento y los de corazón: pertenece a los habitantes del mundo que amamos la vida; dejen libres a los delfines, que si los queremos conocer, bien vale visitar y preservar los espacios naturales, en donde los encontraremos siendo delfines y no perritos falderos, por tanto ¡olvídense de la desfachatez de capturar nuestros delfines y encima hacer dinero con eso!
Amar la vida no es una opción, es más que un derecho: una necesidad. Debería ser algo natural, y como parte que somos de la naturaleza, nosotros los humanos deberíamos comportarnos así, éticamente, defendiendo la vida; pero resulta que este amor hay que enseñarlo, reforzarlo y comunicarlo en los hogares, las comunidades y las escuelas. Amar la vida no es un negocio o un argumento barato, no es una propuesta negociable, es más que eso: es el eco que escuchamos en forma de grito o susurro, es la conciencia ciudadana que está despertando de un letargo centenario, ha abierto los ojos y no hay vuelta atrás.
Ela Urriolaelaurriola@yahoo.comLa autora es Profesora de Filosofía y Derechos Humanosen la Universidad de Panamá